El nuevo paradigma político se caracteriza por la influencia de nuevas agendas globales en detrimento de las categorías ideológicas habituales. Desde hace ya algún tiempo, los principales partidos políticos han comenzado a redefinir sus bases ideológicas y su relación con los votantes mediante la incorporación al discurso de herramientas identitarias asociadas al desafío del mal llamado “progreso” global.
Hay,
por lo tanto, una desnaturalización del orden ideológico en el que trascienden
las divisiones clásicas entre la derecha y la izquierda. Es decir, estamos ante
una deconstrucción política en toda regla, y en cuyo proceso se observa cómo se
ha incorporado al discurso político un marco identitario global con el que atraer
a un electorado más diverso y menos homogéneo. Sin embargo, hay partidos de
extrema derecha que se resisten a abandonar la dicotomía tradicional en el
ámbito político y que ponen en solfa la naturaleza de dichos asuntos.
Pero, ¿qué consecuencias o cuáles son los riesgos que podemos identificar en este nuevo paradigma? Veamos:
Mientras la izquierda y la derecha europea abrazan el “wokismo” bajo el paraguas de los derechos humanos como parte de un discurso integrador, la estrategia discursiva de la extrema derecha combina elementos más radicales contra esas nuevas identidades políticas y denuncia, por un lado, su exclusión del debate con la imposición de cordones "sanitarios" y, por otro, advierte de la alienación de la derecha y la izquierda tradicionales.
No podemos decir que el fenómeno antipolítico de la extrema derecha y también de otras combinaciones populistas no haya ido ganando terreno en los últimos años. Más bien todo lo contrario. Sirva como ejemplo, sin ser una cosa y la otra, el caso de Milei en Argentina y su defensa de lo antipolítico. La implementación de una economía liberal minarquista en un estado democrático y la reconstrucción de la idea tradicional del Estado, reduciéndolo a su mínima expresión, ya está dando sus primeros frutos en términos macroeconómicos.
Es
muy posible que estas alternativas políticas sigan ganando cotas de poder en
los próximos años. Más aún, y con más razón, si los partidos mayoritarios de
derecha e izquierda siguen insistiendo en representar conjuntamente los
intereses de agendas globales en detrimento de las necesidades reales de la ciudadanía.
A pesar de la estrategia política de la izquierda y la derecha por
desprestigiar y vilipendiar a los partidos de extrema derecha, el resultado no
ha sido ciertamente el esperado. Véase el caso de Trump en los Estados Unidos o
el ya mencionado de Milei.
En Europa el crecimiento exponencial de partidos como Vox y SALF en España, Rassemblement National en Francia, Fratelli D’Italia en Italia, Alternative für Deutschland en Alemania es inevitable. Por mucho que la derecha y la izquierda se empeñen en tildarlos como partidos fascistas, reaccionarios, negacionistas y a sus electores como peleles potencialmente desinformados, el esfuerzo será en vano mientras una buena parte del electorado vea en la izquierda y en la derecha a meros representantes de agendas al servicio de las grandes élites de poder.
El éxito de estas alternativas políticas estriba, por una parte, en que buena parte del electorado ve cómo los partidos mayoritarios no satisfacen sus demandas y, por otra, generan una profunda desconfianza en la ciudadanía cuando se observa que son las agendas globalistas las que, sin un debate previo político, toman decisiones de facto al margen del control ciudadano y con la connivencia política.
Y, en efecto, son las agendas globales, entre otras, la del Foro Económico Mundial, la del G7, la del G-20, o la del Foro de Davos –donde más allá de su programa oficial–, rediseñan sus agendas económicas entre bambalinas y ponen bajo sospecha pactos espurios entre las élites financieras y la clase política.
Lo
que queda en evidencia es, por lo tanto, una desconfianza de la ciudadanía como
consecuencia lógica de la política creada entre grupos mayoritarios que
sostienen y representan intereses económicos globales sin un control
democrático. Dicho de otro modo:
la ciudadanía percibe que la realidad política no
representa sus intereses, sino la de los pingues beneficios económicos de las
grandes élites.
Y es, precisamente, éste el discurso político que acompaña a los extremismos y populismos por toda Europa y que cala muy hondo en la ya de por sí muy desengañada ciudadanía. El riesgo, pues, es evidente tanto en el nuevo paradigma político como en de las fuerzas en el extremo del tablero, porque desde ambos lados se induce a la polarización como elemento de combate.
El continuismo de las agendas globales bajo la sombra sospechosa de una estabilidad económica y social, y frente a ella la rebeldía de los partidos de la extrema derecha puede terminar saltando por los aires, sobre todo cuando desde ambos lados de la trinchera se genera una "cultura" cada vez más hostil entre unos y otros e impropia de la defensa de los valores y principios que dicen sostener. Cabría recordar a este respecto que la disociación de un marco integrador europeo es cada día más elocuente y la línea entre la convivencia y el enfrentamiento cívico cada vez más delgada.


