Sunday, October 12, 2025

Sectarismo en estado puro: la canibalización de la democracia occidental

He de reconocer que me asombra, cada día más, cómo se verbaliza el gran artefacto de la miseria política y cómo una gran parte de la opinión pública sucumbe a ese entramado de medias verdades o falsas promesas. Lo que era y sigue siendo la fórmula habitual de las campañas electorales, ahora se extiende como una epidemia más allá del “obligado” contexto electoral. Y todo esto no sería anecdótico (ni nada novedoso) si no fuera porque el actual relato político es, en buena parte, responsable de la pérdida permanente e irreversible de una opinión pública, cuya reflexión individual es inexistente o está subordinada a las estructuras de poder en todos sus ámbitos, incluido el de la capacidad mediática como gran herramienta de persuasión. 

Nos llevaría mucho tiempo examinar toda la “logística” en la cadena de transmisión del discurso político. Sin embargo, no es difícil comprobar cómo gran parte de la ciudadanía se ha convertido en un simple constructo de seducción del relativismo político. En otras palabras: los mass media fomentan que se repita como cacatúas lo que se dicta desde la esfera política, sin mayor convencimiento o reflexión que la de su propio pulso ideológico. Dicho de otro modo, replican con absoluto convencimiento el hilo argumental político en una suerte de trance dogmático. Es decir, sectarismo en estado puro. Y aquí subyace lo novedoso y también lo peligroso del asunto.

Es tal la sumisión del pensamiento crítico al imperio del dogmatismo político, que no ya no nos extraña que la enajenación colectiva se haya apoderado de la sociedad hasta tal punto que ahora el Otro es el enemigo a batir: “si no estás con nosotros, estás contra nosotros”. Como tampoco es de extrañar que la actual polarización que sufre gran parte de la sociedad occidental,  tenga su génesis en el yugo de la subordinación política. No hay que ser un sesudo analista político para caer en la cuenta de que la polarización se alimenta de los extremismos identitarios y, en particular, de la extraordinaria ceguera que presenta buena parte de la sociedad.

Es precisamente esa ausencia de una mirada individual, reflexiva y crítica sobre la perversidad del discurso político lo que ha favorecido que la sociedad se divida en dos mitades, criminalizándola y estigmatizándola a partes iguales, tanto desde el discurso oficialista como desde el discurso opositor, aunque en el caso de España –si se me permite la digresión–, recaiga mayor culpabilidad en el primero que en el segundo, pues no olvidemos que el gran arquitecto del muro español se esconde en las trincheras socialistas desde el mismo día de su investidura.

Habría que retrotraerse a tiempos más oscuros de la historia para examinar qué consecuencias conlleva el abrazo al dogmatismo político y la consiguiente pérdida del juicio colectivo (léase sectarismo). Bastaría con echar una mirada a la Alemania de Hitler y a la Unión Soviética de Stalin para darse de cuenta de cuál fue su desenlace. Desde un prisma más actual, si observamos la división social (y tremenda polarización) que ha desatado la América woke de Biden; la ultranacionalista de Trump o la España socialista (y comunista) de Sánchez y sus “aliados”, por citar solo algunos ejemplos, encontraremos bastantes paralelismos con aquellas cenizas del pasado, algunos de ellos verdaderamente ilustrativos. 

La antesala de la actual polarización en las democracias de Occidente, fruto del dogmatismo político y del sectarismo, es la expresión de extremismos en un caótico “todos contra todos”: los republicanos contra los demócratas; los de la izquierda contra los de la derecha; el feminismo radical contra el más tradicional; los blancos contra los negros; los españoles contra los inmigrantes… etc. Todos estos y otros “bandos” (seguramente que el lector tiene en mente muchos más) abonan el terreno de lo irreconciliable, al mismo tiempo que el mantra  dogmático sigue nutriéndose del individuo que antepone su mirada crítica o reflexiva a la ideología y termina por echarse en brazos del sectarismo.

Vivimos bajo la colonización de una narrativa política muy propensa al tribalismo o, si se quiere, a un atavismo primitivo que canibaliza la convivencia social. La espiral de la polarización sigue su curso, devorando al individuo y, en términos generales, a la opinión pública que ha abandonado el sano ejercicio de reflexionar y ser crítica, entregándose al dogmatismo político promovido por las celdas mediáticas y las redes socialesSi en Occidente no somos capaces de discernir las verdades de las falsas promesas; el sectarismo dogmático de la tolerancia hacia el Otro; o el autoritarismo colectivo de la libertad individual, lo que estará en jaque será la continuidad de una lógica democrática en todo Occidente. Es cuestión de tiempo. 

Wednesday, September 24, 2025

La política del fetichismo y la tribu del "todo vale"

La política actual es un campo minado donde los hechos pesan menos que las emociones y donde la lealtad a un líder justifica cualquier contradicción. Cuando una parte de la sociedad asume que “su bando” nunca miente pase lo que pase–, el diálogo democrático se reduce a un intercambio de consignas y se convierte en una política fetichista. Es decir, la política deja de ser un espacio de debate sobre ideas para convertirse en la adoración acrítica de símbolos vacíos, y se reduce a una suerte de ritual de lealtad tribal mediante la repetición de eslóganes o de continuas descalificaciones con las que poder reafirmarse en una identidad concreta que, muchas veces, ni se cuestiona y, en otras tantas, se fabrica desde la narrativa del falso relato. Es entonces cuando la política se alimenta del culto a lo irracional: se mitifica el relato y se obvia la realidad. La insana intención es concurrir al “debate” a través de la demonización mutua entre la izquierda y la derecha en una constante guerra de etiquetas: la progresía versus la fachoesfera; el wokismo frente al anti-wokismo; la Agenda 2030 contra el negacionismo del cambio climático o el “genocidio” en Gaza frente al derecho de Israel a defenderse contra Hamás. Estas dicotomías no son sino rótulos que solo sirven para movilizar y exaltar a sus tribus ideológicas con un objetivo muy concreto: la polarización.


En España, como en otras democracias, la política tribal exige fe, no razonamiento. Se vende el fetichismo de la pertenencia emocional a un “nosotros” virtuoso frente a un “ellos” malvado. El resultado es una opinión pública intoxicada por mitos y nuevas identidades”, donde “el otro bando” es un peligro para la democracia y no un adversario legítimo. Parte del éxito en ese relato estriba en la capacidad de defender lo indefendible sin ningún tipo de cortapisa moral o ética. Todo vale: desde la agitación popular como coartada para disimular las vergüenzas políticas hasta la legitimización de la violencia callejera como muestra de la “libertad de expresión” del pueblo. En otras palabras: el control de las masas al servicio del totalitarismo político. Esto ya lo hemos visto enarbolando banderas palestinas.

No es extraño que haya una parte muy significativa de la ciudadanía que esté desencantada de la política y que alcance niveles ciertamente preocupantes. La abstención crece, los populismos se nutren del malestar y hasta las soluciones autoritarias ganan atractivo para quienes ven la democracia como una herramienta inútil. Es un círculo vicioso en constante contradicción: cuanto más se legitiman las bondades democráticas, más terreno ganan quienes prometen arrasarla en nombre de una supuesta regeneración.

El poder como pretensión de ejercerlo contra el otro en nombre del colectivismo o el populismo violento en nombre de la libertad es sinónimo de totalitarismo. Como también lo es la perversión del debate político en meras etiquetas de señalamiento para convertir al “otro” en enemigo del interés común y, cómo no, de la democracia. Trasladar este principio polarizador a la ciudadanía para deslegitimar, cancelar o anular a quien no piense igual es la antesala del fascismo. Hoy se censura al “otro” y mañana se le asesina. Y lo peor de todo: se justifica su asesinato. Esto también lo hemos visto.

Para revertir esta situación es urgente recuperar el debate democrático con mayúsculas y evitar la patente política como fórmula de polarización. No cabe duda de que el ejercicio de la política del fetichismo es, en buena parte, responsable del deterioro de nuestra democracia y de una más que posible degradación de la convivencia. De no hacerlo, las consecuencias serán imprevisibles e incluso irreversibles. Mucho me temo que esto también lo veremos.

Wednesday, August 27, 2025

ESPAÑA NO ES PAÍS PARA DEMÓCRATAS

El Presidente del Gobierno de España presenta una patología política propia de líderes de otras latitudes. A estas alturas ya no le queda ni una onza de ética ni de moral y mucho menos de dignidad política. Y no sólo eso: está enfermo de poder y quiere preservarlo a cualquier precio, cueste lo que cueste, incluso a expensas de la democracia y del Estado de Derecho. Bajo una más que sospechosa apariencia de legitimidad, el habitante de La Moncloa (obvio el nombre para evitar la arcada) se autoproclama como la resistencia del socialismo europeo y el vigía de Occidente contra la “corriente reaccionaria” que asola Europa cuando, en realidad, rezuma tanto autoritarismo o más que el mismísimo Paco, el de los 40 años (evito otra vez más arcadas al lector).

Estricto colaboracionista de regímenes allende los mares, en concreto de los del Caribe, el autócrata se presenta como adalid de la transparencia, la sostenibilidad, la tolerancia, el feminismo, el respeto a la diversidad y otras oportunas banderas de las libertades y los derechos humanos que, paradójicamente, olvida cuando toca dar el pésame a un condenado por terrorismo, o cuando Hamás le elogia y le agradece su incondicional apoyo. 


El “hideputa”, que diría Cervantes, y beneficiario de lo prostibulario tiene en su haber, además de los consabidos casos de presunta corrupción, el asalto a las instituciones, los continuos ataques al poder judicial, varias intentonas de socavar la separación de poderes y hasta el señalamiento a periodistas incómodos. Por si todo esto fuera poco, bajo esa alianza de extraña naturaleza “progresista” se esconde un fin común: la demolición de la España democrática ¡Casi nada al aparato!

Y es que el ínclito monclovita ha puesto en peligro la cohesión territorial y fiscal de la nación y, por si fuera poco, ha provocado una profunda erosión de los pilares fundamentales de la Constitución del 78, y, por consiguiente, del Estado de Derecho, que ya veremos si no es irreversible. A todo esto en mi pueblo se le llama por su nombre: fascismo en su máxima expresión. Y en el lenguaje cinematográfico, por aquello de tener como prota a un caudillo medio pirao, el filme se estrenaría con el título de “España ya no es país para demócratas”.

Dentro de la oscura naturaleza de este ganapán es habitual verle merodear entre las medias verdades y la imposición de excluir al adversario como fantasía de su psicótica política. Extremo digno de mención es su alabada trinchera entre españoles y su no menos rudo razonamiento en alcanzar consensos políticos con la oposición. ¡Al enemigo ni agua!    

Para mayor gloria del líder, los cabezazos a la norcoreana de su ejecutiva y demás militantes de tres al cuarto le aplauden como focas. Ni un atisbo de autocrítica o de corriente política que enturbie el akelarre en esos cavernarios congresos federales. Y si alguien se sale de la línea, puño de hierro del puto amo y mensaje del orangután de turno con postdata. ¡Pobre Page! 

La democracia, mientras tanto, sobrevive como puede, muy debilitada, consumiéndose poco a poco y con respiración asistida en la unidad de cuidados intensivos. Menos mal que frente a este hundimiento gradual de nuestra democracia, aún nos queda la Guardia Civil y algunos jueces honrados que aplican la Ley y actúan como dique de contención, pero será por poco tiempo, porque hasta los más rocosos rompeolas sucumben con la llegada de enormes marejadas ciclónicas. Y ojo, porque el tarao de Moncloa se puede creer hasta el mismísimo Dios Neptuno si hace falta.

Eso sí, lo que al gachó no se le puede echar en cara es la distribución de la riqueza, pero entre los suyos, claro. Y es que el “reparto” llega hasta los mismísimos intestinos de la Moncloa: su mujer, el hermano y ya veremos si no sale en algún informe de la UCO hasta la madre que lo parió. 

“¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!” De un tal Cervantes, maricón y catalán de pro, ¿no?


Saturday, August 2, 2025

Error 404: intelectualidad no encontrada

Hace no mucho las corrientes de pensamiento crítico, el criterio objetivo de los llamados intelectuales y, en definitiva, el discernimiento propio eran los exponentes que sostenían una base autónoma e independiente de los excesos de cualquier ideología. Hoy en día ya no se cuestiona casi nada y, a menudo, se menosprecia cualquier juicio de valor que se enfrente a la hegemonía de la nueva "realidad”.

La mayoría de las universidades son el epicentro de iniciativas ideológicas contaminadas. Los intelectuales se "precipitan" en cuestiones analíticas y terminan siendo denostados, y las ágoras de debate han sido sustituidas por el impulso de argumentos viciados en las redes sociales.

Confieso que escribo estas líneas embargado de una profunda nostalgia, recordando con gran dolor otras épocas no tan lejanas en las que el debate propiciaba el enriquecimiento y, sobre todo, el respeto y la aceptación de ideas antagónicas con las que se contribuía a fomentar el diálogo desde la diversidad de enfoques.

En función de estas circunstancias es muy difícil plantear un relato alternativo (y ofrecer datos objetivos), o simplemente contrarrestar la arbitrariedad de una caterva de dogmáticos y/o déspotas que mantiene su estatus ideológico a golpe de X. Y todo esto, cómo no, con la “inestimable colaboración” de los medios y las redes sociales convertidos en meras correas de transmisión de consignas, donde la simplificación, la distorsión de los argumentos y la descalificación personal campan a sus anchas.

Desgraciadamente, hay una incapacidad manifiesta de contrastar y cuestionar el discurso oficial sin que a uno no le coloquen ipso facto la etiqueta de fascista, negacionista o retrógrado, según convenga. Y esto en el mejor de los casos, porque hay otras alternativas que, rigurosamente, aplican la cultura de la cancelación como artefacto inhibidor. No sabría decir con la debida exactitud cuántos años hemos retrocedido en el tiempo, pero a tenor de las practicas “inquisitoriales” y el obligado conformismo intelectual, mucho me temo que habría que contarlo por décadas.

Navegamos, pues, por aguas oscuras que nos llevan hacía la geografía de la marginalidad; un territorio peligroso donde la inmediatez y la superficialidad de la narrativa dominante se imponen al intercambio del análisis crítico por el simple hecho de serlo; y donde el cacareo de la agenda política de turno impide tomar el timón hacia otras latitudes más saludables para la democracia y, por supuesto, para la restauración de un pensamiento libre y reflexivo.

Saturday, July 26, 2025

La desconexión democrática

La desafección política no es un fenómeno nuevo, pero su magnitud actual es alarmante. Hay cada vez más ciudadanos que sienten que su voz no tiene impacto en el sistema político, lo que lleva a un distanciamiento progresivo de los procesos democráticos. Sobre esto mismo hay incluso estudios que demuestran que así es. Y todo esto no dejaría de ser sería anecdótico si no fuera porque en la actualidad vivimos bajo el maquillaje de regímenes democráticos.

Ese camino hacia el autoritarismo que han tomado muchos países, incluido el nuestro, se fabrican desde una apariencia de legitimidad y aprovechan la desconexión de la opinión pública y la pasividad de la ciudadanía para salvar cualquier obstáculo democrático que se interponga en el camino. Es cierto que frente a este proceso de descomposición democrático han surgido otros partidos de corte populista que apelan, en nombre de una agenda ideológica radical, a adoptar medidas urgentes para evitar que se sigan socavando los principios democráticos, pero, lamentablemente, lo enfocan bajo el prisma de un nuevo autoritarismo.

En el caso de España, el auge de los partidos populistas de derechas aún no ha dado muestra de plantear como alternativa un autoritarismo frente a otro autoritarismo. Más bien todo lo contrario. Paradójicamente han sido los partidos de izquierda y de extrema izquierda los que se han instalado en una ideología radical sustentada en un populismo autoritario. El gobierno social-comunista de Pedro Sánchez ha optado por una retórica de exclusión del adversario político que alimenta la polarización hasta límites impensables hace solo unos años. La participación en su gobierno de partidos independistas, nacionalistas, filoterroristas y la alianza de la extrema izquierda no solamente pone en riesgo la cohesión territorial y fiscal, sino que, además, amenaza con desmantelar los pilares fundamentales del Estado de Derecho.

En este este sentido, la gestión del “conflicto” en Cataluña ha sido particularmente alarmante frente a las demandas separatistas en términos de la unidad nacional y solidaridad fiscal. Hay, además, una clara tentativa por controlar el sistema judicial y limitar la libertad de prensa; todas ellas prácticas muy claras de ese movimiento autoritario bajo la apariencia de la legitimidad.

Es cierto que la presunta corrupción presidencial, que alcanza incluso a su núcleo familiar, puede poner en riesgo la continuidad del gobierno. Pero en frente hay una oposición flácida, con un discurso que no despierta interés en una ciudadanía instalada, desde hace algún tiempo, en las latitudes de la desafección política y en los márgenes de la desinformación. La oposición debería plantear, por lo tanto y de manera urgente, argumentarios que ilusionen, pero sobre todo que despierten a la sociedad del estado lisérgico en el que vive. Y esto mucho me temo que no va a suceder pronto. 


Sunday, July 20, 2025

La mordaza de Sánchez

En un giro digno de las más oscuras novelas distópicas, el gobierno de Pedro Sánchez ha emprendido una cruzada contra uno de los pilares fundamentales de nuestra democracia. Con una sutileza propia de un prestidigitador y la determinación de un auténtico autócrata ha puesto en el punto de mira al poder judicial y amenaza con cargarse el Estado de Derecho, sin el cual la democracia degenera en una mera tiranía electiva. 


La ofensiva de Pedro Sánchez consiste en domesticar al poder judicial y convertirlo en un instrumento político a su servicio. Bajo esa lógica distorsionada, el intento de remodelar el panorama judicial entraña su desnaturalización. Peor aún, el gobierno ha intentado retorcer y manipular las instituciones judiciales como si fueran plastilina, al mismo tiempo que ha impuesto la ley del silencio contra cualquier disidencia interna, incluida la de las voces discordantes de no pocos socialistas históricos como Felipe González, quien ya ha advertido que “sin justicia independiente no hay democracia”. 

La reforma exprés del CGPJ, el acoso a jueces como Juan Carlos Peinado y Manuel García-Castellón por investigar casos sensibles al gobierno y a su entorno, o el escandaloso indulto a los condenados del procés y el lawfare contra el Tribunal Supremo forman parte de ese nuevo orden Sanchista al que no solo jalean los ministros y portavoces de turno, sino también la jauría mediática que ladra al son que les marca Moncloa. 

Con mayoría relativa en una de los dos cámaras, pero con la determinación de continuar en el poder a toda costa, el gobierno de Sánchez ha emprendido una conquista sigilosa pero sistemática por sus bemoles. Cada nombramiento, cada reforma, cada declaración parece estar cuidadosamente calculada para erosionar la independencia judicial y convertir a los tribunales en meros títeres del poder ejecutivo. En este atípico escenario político, la separación de poderes se tambalea peligrosamente. La justicia, otrora baluarte contra los excesos del poder, corre ahora el riesgo de convertirse en un mero apéndice del ejecutivo, y todo ello para validar su profunda adicción al poder.  

Huelga aclarar, por consiguiente, que mientras Sánchez y su cohorte continúen en su empeño de amordazar la justicia y socavar la independencia judicial, nuestra democracia se precipita peligrosamente por una pendiente sin retorno, porque una justicia silenciada es el preludio de una democracia amordazada.

Thursday, April 7, 2011

La literatura nostálgica

No se puede negar que hoy en día la literatura nostálgica--textos repletos de recuerdos, experiencias y relaciones personales--goza de una popularidad extensiva en España contemporánea. El pasado en sí se ha popularizado tanto como estilo narrativo que los escritores modernos (pienso mayormente en Pérez-Reverte) han desarrollado su propio estilo literario (frecuentemente ficticio--qué ironía, contar un recuerdo sin haberlo experimentado) de relatar los recuerdos. Por mi propia experiencia literaria, el primer texto que leí del hilo nostálgico (a pesar de su componente fantástico) es El cuarto de atrás (1978) de Carmen Martín-Gaite. La lectura fue una experiencia relevadora para mí. Sin haber participado nunca en una comunidad en constante peligro de la guerra, las palabras de Martín-Gaite dejaron una huella inolvidable en mi saber literario. Confieso que aún hoy en día no tengo un pleno entendimiento de la Guerra Civil, pero por lo menos he captado unas imágenes, a través de esta autora, de su poder destructivo y desalentador.

Mi propósito en hacer este "post" es de llamar la atención a una cita que acabo de leer en que el autor indica que hay un vacío social en la vida española moderna; un vacío que les lleva a la literatura nostálgica. Cito:
En el caso de la sociedad contemporánea,podemos especular que la documentación de un mayor consumo de ficción nostálgica se debe, precisamente, al vacío latente en un modelo de sociedad que sacia su deseo de continuidad mediante el consumo de la ficción nostálgica del bien-estar.
No sé exactamente qué pensar de la cita. No he leído suficiente literatura nostálgica para presumir que haya un hueco en la cultura de este siglo y para satisfacer esta carencia, el público se acerca a los libros de recuerdo (entre otros). ¿Qué opináis vosotros? ¿Habéis experimentado un vacío en vuestras propias vidas que os atrajo a la literatura nostálgica?